martes, 17 de julio de 2007

Mi primer condon ...


MI PRIMER CONDÓN

¡Dios mío!... Me acuerdo de mi primer condón como si la cosa hubiese sido ayer. ¡Ah! Tenía entonces quince preciosos e inocentes años.
Por ver si era capaz de ello, me dirigí a la farmacia que hay debajo de casa a comprar una caja de condones. Había allí una dependienta preciosa que me tenía tarumba, aunque era mayor que yo.
Gracias a Dios, en ese momento no había nadie en la farmacia. Era lo que yo quería, aunque me moría de vergüenza. Entré muy decidido. Pero, enseguida, ella se dió cuenta de que yo era un completo novato en esas cuestiones.
Cuando me entregó la caja de preservativos, con una sonrisita maliciosa me preguntó si sabía cómo usarlos. Yo, más colorado que un coche de bomberos y con toda sinceridad le contesté que no.
Entonces, ella, ni corta ni perezosa, abrió el paquete, cogió uno de los condones y se lo puso en el pulgar de la mano izquierda. A continuación, me dijo que me asegurara siempre de que quedase bien ajustado y seguro.
Yo estaba paralizado. Si en aquel momento no se me cayó la baba fue porque no tenía ni una pequeña gota de saliva en toda la boca.
De repente, aquel sueño de mujer miró bruscamente a un lado y a otro de la farmacia.
"Espera un minuto, no te muevas de ahí", me dijo.
A continuación, se dirigió a la puerta, le dio la vuelta a un cartel que ponía VUELVO ENSEGUIDA y cerró con llave por dentro.
Cogiéndome casi violentamente por una de las mangas de mi camisa, me llevó a rastras a la rebotica y allí tiró hacia arriba de su polo. ¡Madre mía!... ¡No llevaba sujetador! Ante mis ojos atónitos, dos... bueno, dos "esas" increíbles. Ni grandes ni como las mías. Perfectas.
-"¿Estás excitado?", me preguntó.
Sin saber qué decir, pensé para mí: excitado, no; estoy muerto. La verdad es que yo era tan bobo entonces, que todo lo que se me ocurrió hacer fue asentir con la cabeza.
-"¡Vamos! ¿A qué esperas? ¡Ponte uno de esos malditos condones!", me dijo.
Mientras yo me lo ponía, terminó de desnudarse del todo y se reclinó en una especie de sofá que había allí, al lado de una mesa llena de papeles y frascos extraños.
-"¡Venga!", me dijo. "No tenemos mucho tiempo". Creo que eso fue lo que me dijo.
Me atrajo hacia ella y... Fue fantástico.
En un minuto, que para mí transcurrió en un segundo, todo había acabado.
¡Ay, Señor! ¡Cómo son las mujeres! Apoyó sus manos en mi pecho, me empujó hacia atrás, se me quedó mirando y, con el ceño fruncido, me preguntó airada:

-"¿Te pusiste el condón?".
-"Claro, amor mío", le dije, mientras le enseñaba mi pulgar izquierdo.

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